Potabilización del agua
Una vez que el agua se extrae de ríos, lagos o acuíferos se potabiliza.
El agua potable es aquella que podemos tomar sin repercusiones en el organismo. Debe contar además con características físicas (buen olor, color y sabor), químicas (cierta concentración de sus componentes), microbiológicas (libre de organismos patógenos) y radiológicas (límite de concentración de sustancias radiactivas).
Para purificarla se la somete a un tratamiento preliminar que consiste en remover los desechos grandes: las algas, la grava, arena limo y demás sedimentos. El tratamiento principal consiste en la remoción de olores y gases disueltos, adición de oxígeno, conversión de sólidos no sedimentables en sólidos sedimentables, remoción de dureza, remoción de sólidos finos y de la mayoría de microorganismos, remoción de sustancias orgánicas, prevención de corrosión e incrustaciones, fluoración para prevenir las caries y desinfección de organismos patógenos. Esto último es muy importante ya que minimiza la probabilidad de transmisión de enfermedades.
Una vez potabilizada, el agua debe almacenarse para poder ser distribuida regularmente, con volúmenes capaces para satisfacer la demanda. Estos depósitos deben proteger al agua de la contaminación y los cambios de temperatura, por lo que deben estar aireados y cubiertos. A partir del depósito, el agua se distribuye a través de tuberías de presión que consiguen su empuje mediante estaciones de bombeo.
Del tanque de almacenamiento sale una tubería maestra que se divide en otras cada vez menores, pasan debajo de las calles y cubren todas las ciudades. En la Ciudad de México, el sistema Cutzamala suministra el 28.3% de agua y el sistema Lerma el 12%. La ciudad tiene un consumo diario promedio por habitante de 360 litros, a pesar de que lo recomendado para las grandes ciudades sea de 150 litros.
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